martes, 21 de septiembre de 2021

Ralph Waldo Emerson, La confianza en uno mismo (fragmentos)

 


Hay un momento en la formación de todos los hombres cuando se llega a la convicción de que la envidia es ignorancia; y la imitación un suicidio. Que tiene que aceptarse a sí mismo, bueno o malo, como es. Que aunque el ancho mundo esté lleno de oro, no le llegará ni un gramo de trigo por otro conducto que no sea el del trabajo que dedique al trozo de terreno que le ha tocado en suerte cultivar. El poder que reside en él es nuevo en la naturaleza, y nadie, más que él, sabe cómo usarlo. El mismo no lo sabrá hasta que lo ponga a prueba.

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Creed en vuestro propio pensamiento; creed que lo que es verdadero para uno en la intimidad del corazón, es verdadero para todos los hombres: eso es el genio. Expresad aquello de lo que estás convencido en tu interior y se convertirá, a su tiempo, en opinión universal; ya que lo más íntimo llega a ser lo más externo.

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Ahora nosotros también somos hombres y debemos aceptar con él espíritu más alto el mismo destino trascendente [de los grandes hombres]; no somos menores de edad ni inválidos metidos en un refugio, ni cobardes que huyen ante una revolución, sino guías, redentores y benefactores, obedientes al todopoderoso esfuerzo; ¡avancemos, pues, entre el caos y la oscuridad!

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Quien aspire a ser hombre no puede ser un conformista. Quien desee ganar las palmas inmortales, no debe detenerse por lo que otros llaman el bien; debe preguntarse si en efecto ese es el verdadero bien. Nada es sagrado, excepto la integridad de nuestra alma.

Absuélvete tú mismo y tendrás el favor del mundo… El bien y el mal no son sino nombres que pueden fácilmente transferirse de una cosa a otra; para mi lo único recto es lo que está en armonía con mi ser; lo único ilícito, lo contrario a él... Estoy avergonzado de ver con cuánta facilidad nos rendimos a símbolos y nombres; a grandes sociedades y a instituciones muertas. Cualquier hombre bien portado y bien hablado me impresiona más de lo debido. Necesito marchar erguido, mostrar vitalidad y hablar siempre el rudo lenguaje de la verdad.

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Por escasas y humildes que sean mis facultades, soy tal como soy, no necesito de la opinión de otros para convencerme o convencer a los demás.

Lo que tengo que hacer es lo que es acorde a mi personalidad, no lo que la gente cree que debo hacer. Esta regla, tan difícil en la vida práctica como en la intelectual, puede servir para establecer una distinción completa entre la grandeza y la mediocridad. Es muy difícil de seguir, porque siempre hallarás personas que creen saber cual es tu deber mejor que tu mismo. Es fácil vivir en el mundo según la opinión del mundo. Es fácil vivir en soledad según nuestra propia opinión. Pero el hombre grande es aquel que en medio de muchedumbre conserva con perfecta dulzura la independencia de su soledad.

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Otro temor, que nos aleja de la confianza en nosotros mismos, es nuestra necesidad de consecuencia: la repugnancia a contradecirnos. Profesamos una especie de veneración por nuestros actos o nuestras palabras pasadas. Pero ¿por qué hemos de tener la cabeza vuelta hacia atrás? ¿Por qué arrastrar el cadáver de la memoria, para no contradecir algo que hemos dicho en este o en aquel lugar publico? Supongamos que tuviéramos que contradecirnos, ¿y qué? Abandona tu teoría, como José abandonó su capa en manos de la adúltera, y huye. La perseverancia necia en pensamientos anteriores es propiedad de las mentes mediocres, adorada por los estadistas, filósofos y teólogos de poca monta. A un alma grande contradecirse le trae sin cuidado. Le preocupa lo mismo que la sombra que proyecta en la pared.

Decid con energía lo que pensáis ahora, y mañana, con la misma energía, decid lo que pensáis entonces. «¡Pero si cambiamos de opinión constantemente, nunca llegaremos a ser comprendidos!» ¿Y qué? ¿Es tan malo ser mal interpretado? Pitágoras fue mal interpretado, y también lo fueron Sócrates, Jesús, Lutero y Galileo, y lo fueron todos los espíritus puros y graves que han honrado a la humanidad. Ser grande es ser mal comprendido.

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Afirmad vuestra personalidad; no imitéis jamás… Nadie sabe lo que eres, ni qué puedes hacer, hasta que lo hayas mostrado. ¿Dónde está el maestro que enseñó a Shakespeare? ¿Dónde el que enseñó a Franklin, a Washington, a Bacon, a Newton? Todo gran hombre es único. No se hará nunca otro Shakespeare mediante el estudio de Shakespeare.

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